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No sabía si seguir gritando en silencio, si debía
lavarse la cara una vez más, como en las películas, porque tal vez el no verse
en el espejo era simplemente un juego en su cabeza. Lo hizo, creyéndose todo lo
que su cabeza le decía que hacer en ese momento. Lo hizo desesperada, sintiendo
que desaparecía… no sintiéndose, aunque sus dedos, sus palmas, ambas manos
pasaran varias veces en su cara. Se llenó de miedo, desaparecer, como tan así,
como sin aviso.
Lavaba su cara, y como por ese miedo se llenó los
ojos de jabón, para saber si todavía sentía dolor. Ahora sí gritó fuerte, y
logró llamar la atención de su mamá que no sabía si debía preguntar si todo
estaba bien, no fuera que su hija estuviera matándose en el baño. Gritó fuerte,
pero rápidamente ahogo el grito mordiéndose la mano, lo que le ayudó a
confirmar, por segunda vez, que sí sentía dolor. Un dolor horrible, pero un
dolor normal, natural. Es de humanos sentir dolor cuando hay jabón en los ojos,
o cuando se muerden. Es normal. Todo está bien, excepto su reflejo.
Revisó una vez más el espejo, y de nuevo encontró
la pared color pastel al otro lado. Tocó el espejo con su mano derecha,
creyendo que no estaba de más revisar si, a lo mejor, su familia había pasado
de ser tan jodidamente convencional y aburrida, a hacer bromas de ese estilo a
la hija que a veces olvidan. El vidrio se sintió frío en toda su expresión. Un
frío que la heló con la verdad de estar frente al espejo y no ser reflejada.
Agarró su cepillo de dientes, y para su sorpresa éste si se reflejaba. Parecía
sostenido por arte de magia en el aire, sin nadie que lo sostuviera. Salió
corriendo del baño y buscó otro espejo, porque su mente en busca de
respuestas, aunque absurdas, le decía que el líquido del espejo del baño ya
estaba muy viejo como para reflejar a un ser tan complejo como un humano, como
a una humana como ella, tan compleja.
El primer espejo que encontró fue el del corredor
que comunica los cuartos de ella y su hermana con el baño. Nada nuevo, todo se
veía en ese espejo, menos ella. Corrió hasta su cuarto, creyendo ahora que
ambos espejos estaban averiados, pero si hubiese sido así, entonces el espejo
de su cuarto, el de sus padres y el que estaba en la entrada de la casa,
también lo estaban. Todos.
Para ese punto, sabía que era más fácil haber
desaparecido que tener espejos en casa que no reflejan personas. Volvió al
baño, pálida, aunque no pudiera verse. Tocó el espejo una vez más y entendió
que, evidentemente, había desaparecido. No estaba muerta, aunque tal vez parecía
una, por la expresión de su madre en la cocina minutos antes. Sabía que no lo
estaba, al menos eso quería creer. No sabía de muertos que pudieran contestar
celulares, maullar y enojar amigos. ¡Camilo!, recordó que, sin reflejo o con
él, Camilo la había llamado para empezar la exposición final, y de hecho ya
hacía bastante tiempo. Y qué importaba si no quería hacerlo, cualquier cosa que
la sacara del ensueño en el que estaba era mejor. Se cepilló los dientes,
porque tampoco sabía de muertos que lo hicieran y miraba la pared pastel del
baño. Pensó por un momento que si esa no era su muerte, estaba lista para hacer
cualquier cosa. Su tan anhelada libertad había golpeado a su puerta. Timbrado a
su celular, mejor. Le había quitado el reflejo, pero empezaba a entender que
por su libertad, pagaría cualquier precio. El frío de un espejo que no refleja
era lo que menos le importaba.
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