27.9.20

octubre viene otra vez

Hace un año que sentía que se acercaba Octubre y la costumbre volvía en forma de depresión para esas fechas, no podía llegar a imaginarme la avalancha de cosas que iba a empezar a sentir y vivir internamente.

Fue en el verano que algo hizo click (o se desajustó y no hizo click, más bien). Estaba sobre la moto de pasajera en el tour de comida que empezaba en Hanoi, Vietnam. Venía de dos semanas intensas en Las Filipinas, terminando mi curso de TESOL online y por alguna razón todo parecía normal. Normal viajar por el mundo. Normal tomar un tren, un avión y pagar por estas cosas que me habrían tomado eternidades pagar con el sueldo de profesora en Colombia.

Estaba en esa moto, en el caos del tráfico vietnamita y no podía creerlo. Ahí fue que hizo (o no hizo) click ese algo que me hizo dar cuenta que nada, absolutamente NADA de lo que estaba pasando lo había soñado porque simplemente jamás me había dado el permiso de soñar. Soñar sonaba bonito, soñar era algo que le decían a uno que tenía que hacer de pequeños para cuando uno fuera grande, pero yo decidí dejar de soñar porque se me hacía que eso no era para mí y que era mejor vivir sin la decepción de tener sueños sin cumplir.

Empecé a llorar. Le atribuí el sentimiento a mi SPM porque también era la fecha. Y la verdad es que no. No era sólo eso. Desde ahí empecé a no sólo llorar sino a reflexionar en esos pequeños detalles a los que no le había prestado atención desde hacía unos buenos 4 años. 

Cuando empecé mi relación con el chico Calvin me entregué al pensamiento de disque aceptar todo lo que pasaba porque así tenía que ser. Nunca le pedí más a la vida, nunca me exigí más. Empezamos a vivir juntos con menos de 200 dólares al mes y eso era suficiente. Y sí, no voy a decir que no lo era. Esa fue la época en la que más aprendí sobre mí misma y siempre hablaré del inicio de mi independencia como uno de mis mayores logros porque me cambió para siempre. 

El problema estaba en que me daba pena pedirle a la vida más. Sí, estaba cómoda con 200 dólares. Estaba cómoda viviendo en una pieza en un inquilinato. Estaba cómoda porque en el fondo pensaba que podía ser peor y no lo era, entonces estaba bien. Poco a poco me fui conformando. Me conformé con el dinero, me conformé con mi relación, me conformé conmigo misma. No le exigí más a nadie, ni a él ni a mi misma. Poco a poco me fui perdiendo. 

Entonces vivía en negación. Me hice la pendeja, mejor dicho y por todo ese tiempo me conformé con la mediocridad, con la vida a medias que vivía. Siempre quise viajar por el mundo y sentía que eso era otro sueño que se iba a volver decepción. Dejé de soñar para no vivir frustada pero irónicamente al dejar de soñar ya empiezo a vivir en frustración. Así es.

Sobre esa moto, en menos de dos minutos lloré por no haberme permitido soñar, por haberme negado una vida que claramente sí podía vivir. Estaba ahí en medio del tráfico en fucking VIETNAM. Lloré demasiado en poco tiempo y le dí gracias a la vida por semejante oportunidad. Ahí mismo, sobre esa moto me prometí soñar de nuevo. Me prometí que el próximo viaje no iba a ser uno que planeara mi esposo por su cuenta como si me tuviera que incluir (no que lo haga, pero claramente no era yo quién proponía nada porque eso era soñar, sabes?), o un viaje que planearan nuestros amigos porque ellos sí tenían en su lista de sueños el sudeste asiático y ¡hey! ¿qué tal si ustedes también van?

No, esa vez sentí desde muy el fondo de mi ser que era hora de soñar.

Y señoras y señores, le dí la bienvenida a la depresión. Una depresión que ya estaba asomándose desde Colombia pero que fui callando. Una depresión que se manifestó en el trabajo pero que se volvió una anecdota laboral y no pasó de ahí. Una depresión que gritaba para poder salir y que yo ignoré pensando que todo estaba bien. Una depresión que sobre una moto me hizo reflexionar sobre los sueños que dejé de soñar.

Hace un año que sentía que se acercaba octubre también sentí que la tristeza venía a acompañarme porque la costumbre era más fuerte que la vida que palpitaba dentro de mí. 

Y ahora que se acerca octubre siento la tristeza asomándose una vez más porque la costumbre es fuerte pero ahora no tanto como la vida que palpita dentro de mí. Una vez más le doy la bienvenida porque cada vez que viene tengo algo que aprender. Me siento más fuerte mentalmente para aceptarla. Estoy en terapia, hablo con mi psicóloga y el confinamiento me ayudó demasiado a encontrarme conmigo misma. Estoy en medio del ruido y el caos del sudeste asiático nuevamente pero esta vez estoy centrada, puedo respirar y encontrarme dentro de mí fácilmente.

Será un octubre diferente. Así lo siento esta vez.

12.9.20

No soporto el olor del cloro.

En algún momento me creí extrovertida y abierta a todos. Pero no es cierto. Me cuesta dejar entrar a la gente, me cuesta abrir y espero mucho a que sean los otros los que me den el espacio y así poder ser "amigos".

Así es como he hecho amigos, porque ellos se han acercado a mí y me han dejado "estar" allí. Y para mí esa cercanía es importante porque por naturaleza yo no puedo abrir ese espacio. No sé cómo.

Cuando tenía alrededor de 7 años, mi papá participó creo en un torneo de fútbol con amigos. Me llevó a mi porque según, sus amigos también tenían hijos de mi edad. Poder lograr que aquellas niñas desconocidas me hablaran fue un reto, pero de alguna forma, la gente que conozco siempre es la que abre ese puente. Esas niñas no fueron la excepción y me invitaron a jugar con ellas porque, yeah why not?... pero entonces, ese día que usé sandalias (y no me había bañado porque salimos muy temprano de casa y mis papás basicamente me sacaron de la cama directo hacia el carro...), justo ese día usando mis sandalias favoritas una de esas niñas me miró los dedos de los pies y dijo algo como "QUE ASCO, yo no juego con alguien que tenga los pies sucios."

Obviamente me miré los pies y pensé, "es cierto, soy un asco. No me bañé." Intenté explicarle a la niña que no me había bañado porque el afán, tú sabes, pero ella insistía en que mis pies eran muy "negros" y le daban asco. Las niñas no jugaron conmigo y estuve sola llorando esperando a que mi papá terminara su juego. Fue un día muy largo.

Desde entonces me dieron asco mis dedos de los pies y cualquier parte de mi cuerpo que tuviera ese tono oscuro porque era cierto: eran muy oscuros. Creí por mucho tiempo que eso era un defecto y que "lo normal" era tener pies claros, y codos, y cara y etc. Si se veía oscuro, era sucio, era asqueroso.

Nunca lo cuestioné, nunca le pregunté a mi familia por qué tenía ese defecto y "ellos no" (mis papás son más blancos que yo). Crecí con esa idea y no la cuestioné porque mis amigos en general se veían más blancos que yo, entonces la del defecto sí era yo. Se reforzó la idea cuando mi mamá empezó a hacerme mascarillas de azúcar morena y miel para "aclarar" las "manchas oscuras" de los codos y rodillas porque "se ven muy mal".

En ese entonces no sabía que ese era el color y tono de mi piel naturales.

Crecí con esa idea de sentir que algo estaba mal, así que un día, a los 11 años decido que ningún azucar con miel me van a ayudar y necesito un químico de verdá que ayude. Un blanqueador. Literalmente un blanqueador.

Entré al baño a bañarme con Clorox. A borrar mis defectos porque algo estaba mal.

Por fortuna mis mediciones eran pésimas y utilicé demasiado cloro en el agua. Me ahogué con el olor del Clorox. Empecé a toser. No logré poner una sola gota en mi cuerpo porque los humos fueron más grandes que yo y tuve que salir desnuda de la ducha a toser y recuperar el aire.

Ese día descubrí lo mucho que me odiaba y lo poco que me aceptaba. Estaba dispuesta a ahogarme y usar un producto abrasivo en mi piel para poder ser blanca como mis amigas. Desde entonces no soporto el olor del cloro. 

También pasé todo mi bachillerato odiando mi cabello crespo, cambiándolo, tratando de hacerlo lucir "normal". Y no, ya no tengo 15 años para creer en eso.

Desde entonces no soporto que me digan que debo alisarme el cabello, que mi cabello crespo es desorganizado, que luce sucio. No soporto ningún comentario en el que SER YO no es suficiente para otro. Si te afecta tanto, ahórrate tus comentarios y déjame vivir. No me mires si no te gusta y sobretodo, no me dés de tu odio, yo ya no quiero de eso en mi vida.

Gracias.

8.8.20

Positivo para Covid-19

 Está claro que para final de este año, todos vamos a tener a un familiar, un amigo, un conocido afectado por el nuevo coronavirus. Si usted todavía no lo tiene, le doy la bienvenida. Dí positivo para Covid-19.

Teníamos que planear cómo conseguir las visas de trabajo para nuestro nuevo destino. Desde febrero teníamos trabajo nuevo pero el nuevo coronavirus estaba logrando lo que esta generación y la enterior no había visto. SE PARÓ TODO, y desde entonces no sabíamos qué ibamos a hacer. Sólo sabíamos que nuestros nuevos empleadores nos esperaban en Agosto y que entendían la situación. Nunca cancelaron los contratos, nunca se detuvieron. Sabían que de alguna u otra manera, sus nuevos profesores llegarían. 

Era junio y todavía todo parecía cerrado, las opciones se veían reducidas o simplemente no se veían. Pero en un día todo cambió y nos enteramos que otra mujer necesitaba salir de aquí también hacia el mismo colegio al que ibamos. En menos de tres días ella consigue los contactos para poder procesar la visa de manera remota, simplemente enviando nuestros pasaportes, y tomamos la decisión de hacer el envio juntos.

Había una nueva luz. Se acababa junio y la mejor opción era viajar a la ciudad más grande del país y procesar todo desde allí. No quedarnos en el pueblo en el que vivíamos en el momento justo en que el presidente anunciaba una nueva cuarentena que empezaría el 5 de julio y del que desconociamos los detalles. ¿Habrán vuelos nacionales, internacionales? ¿Podremos salir a montar bici? ¿Estarán todos los negocios cerrados de nuevo? ¿Sólo farmacias y supermercados abiertos? ¿Toque de queda? ¿Quéeee por el amor de dios, quéeee?

Tenía mucho miedo de emprender este viaje, sobretodo porque sabíamos que desde que los vuelos internacionales empezaron, muchos países y aerolíneas en general pedían un certificado negativo del covid-19 y que ir a la ciudad con más casos de contagio era un peligro de por sí. Pero estos miedos quedaron reducidos a nada cuando un día golpean a la puerta de nuestro apartamento y dos enfermeras con trajes de bioseguridad entran y nos piden que nos tomemos un PCR gratis por "prevención" para luego enterarnos que en realidad sólo testeaban gratis a residentes de edificios en donde ya se conocían casos positivos y sólo debían confirmar cuántos más habían allí... Creemos claro, que estos resultados fueron negativos porque no volvimos a saber nada de esa prueba, nadie llegó a casa a ponernos en cuarentena ni a encerrarnos con candado y sabrá Dios qué más (porque pasó con muchas otras personas)

En fin, huirle al virus ya no era una opción porque si no lo estás buscando tú, él llega a ti. Así que con esta información decidimos emprender el viaje. Y entendiendo que venía una nueva cuarentena, todo parecía contrareloj para poder salir del pueblo en el que vivimos 4-3 años. Empezó la semana de empacarlo todo y salir. Estuve bajo mucha presión y estrés, lo normal en una mudanza, ¿verdad? y además tuve una infección cutánea en la espalda que no me dejaba dormir así que estuve afectada tanto emocional como físicamente en la última semana de junio asegurándome que la mudanza se diera, y llegaramos bien a la nueva ciudad...

Nos vimos con nuestros amigos sudafricanos un par de veces, sabiendo que era nuestra despedida. Cenamos en su casa, montamos bicicleta otro día y almorzamos el último. Nuestra amiga se queja de algún dolor de algo y me da miedo que sea el virus, pero ella dice que tal vez es el vino que tomamos el día de la cena. Sí, tal vez es eso. Dejemos la paranoia, por Dios...

Salimos el 4 de julio y llegamos el domingo 5 a Almaty en horas de la madrugada. Estamos cansados de una semana de estrés y decidimos no movemos en todo el día. No queremos hacer nada, nos duele el cuerpo (claro, estuvimos tres días en el suelo empacando una vida entera...) estamos nerviosos porque no sabemos cómo sea el proceso de la visa, etc. No es nada más, nos decimos. Sólo nos vemos con nuestra nueva amiga para hacer el envio de los pasaportes y esperar a que lleguen con la visa.

Yo decido retomar mi rutina de ejercicios el lunes 6 de julio, como venía haciendo en mi casa. Lunes, miércoles y viernes de ejercicio y martes y jueves de yoga. 

No puedo. 15 minutos de ejercicio me quitan el aire de los pulmones. Me duele hasta el alma, no puedo hacer ejercicio, mucho menos estirar siquiera. Me asusto. Maldita sea, ¿será un sintoma de este coronavirus? ¿será que simplemente estoy muy cansada? ¿será la diferencia de altitud entre las ciudades? Quiero creer todo, menos que estoy enferma. Excepto que lo estoy. Lo estamos. Mi esposo y yo presentamos sintomas de gripa. Nuestros amigos sudafricanos reportan que también están enfermos, tienen fiebre. Empieza el miedo. Esto es el virus, todos nos enfermamos...

Tal vez dos días después no puedo sentir sabores. La comida no sabe a nada, mi perfume no huele a nada, el acondicionador que huele delicioso y se siente en toda la ducha ahora... ahora no huele a nada tampoco. Se me va el olfato y el gusto. A mí esposo no. Y recurro a él para que me diga a que sabe todo, a que huele todo. Me asusto. No quiero salir y si salimos, no quiero quitarme el tapabocas ni para cuando tomo algo. Desinfecto todo más de la cuenta. Tengo miedo de estar enferma y peor, de enfermar a otros. Pero mi cabeza crea fantasías y quiere creer que siempre he perdido el olfato y el gusto cuando me da gripa, ¿en serio? no puedo recordar la última vez... no puedo... 

Viene otra amiga a pasar sus vacaciones con nosotros. Basicamente todos estamos de vacaciones aquí, encerrados. Ella había presentado sintomas de alguna u otra manera después de otra visita así que existe la sospecha de que todos (los sudafricanos, la australiana y los colombianos) estuvieramos ya contagiados con el coronavirus. Pero, ¿cómo saberlo?... Los sintomas más obvios son los míos, no todos pierden el olfato y el gusto... pero no todos lo aceptan, nadie dice nada, nadie quiere decirlo en voz alta, es la verdad.

Poco a poco recupero los sentidos. Me toma un buen tiempo, y mi amiga australiana siempre me pregunta porque ella, en su mente, va haciendo un seguimiento y un registro. Luego vienen nuestros amigos sudafricanos porque ya por fin su vuelo de repatriación va a salir y es desde esta ciudad. ¡Qué alegría, ya podrán volver a su hogar! Pero se les nota los nervios, tienen que tomarse la prueba del virus y no dejan de preguntar por nuestros sintomas, por fechas, por todo. Pero su prueba sale negativa y después de tanto estrés y de rogarle a sus respectivas embajadas logran salir de regreso a casa.

Ahora faltamos nosotros. En menos de una semana sale nuestro vuelo también y mientras la visita de ellos, llegan nuestras visas. ¡Estamos listos! Excepto que es finales de julio y las aerolíneas y los gobiernos cambian todo el tiempo sus regulaciones. No, ahora no podemos salir, el vuelo está restringido solo para ciudadanos coreanos. Vuelve el estrés, cambiar vuelos, buscar una ruta que cuadre con los tiempos de entrega del test PCR, que cuadre entre ellos, que implique pocas horas, etc.

Y dos días después tenemos una nueva ruta, nos enteramos de una nueva regulación y sabemos que debemos ir sólo a una clínica coreana autorizada a tomar la prueba. Bueno, entre todo lo malo pasa algo bueno y  nos preparamos para ir el martes. Falta tan poco, ya casi.

Excepto que no. Nuestros amigos sudafricanos, nuestra nueva amiga local, mi esposo y más adelante nuestra amiga australiana testean negativo. Excepto yo. Positivo para COVID-19.

¿Qué sigue en esta historia? No lo sé. Van dos vuelos cancelados. Vamos a nuestra tercera compra de tiquetes. ¿Y yo? Totalmente agotada. Mi mayor miedo era este y se manifestó. ¿Qué puedo decir? Tengo muchos miedos. ¿Contagié a alguien? Estaba tan preocupada por contagiarme que fui muy cuidadosa y quiero creer que todo lo que hice para protegerme a mi misma haya sido suficiente para haber protegido a los demás de mi. Y sí, no dejo de pensar que pude haber hecho más. Que debí creerme desde un inicio que estaba enferma, que ya es un síntoma covid el perder esos sentidos. Que debí tantas, tantísimas cosas.

Hoy me siento mejor. Hoy escribo esto sin llorar, sin juzgarme, sin odiarme como si todo, absolutamente todo fuera mi culpa. Todos mis amigos están bien, yo estoy bien. Desde el 20 de julio retomé mi rutina de ejercicios y me sentí bien. Monté bicicleta en montaña y mis pulmones respondieron de maravilla. Estoy viva y si no entiendo que eso es lo más importante de este 2020, estoy jodida. 

Tengo una red de ayuda y apoyo. Tengo a mi psicóloga y me quedo con lo que me dijo en la última sesión después de enterarnos de todo esto: "te tienes a ti misma, te cuidas y te estás dando el valor y la importancia que te mereces o si no no hubieras pedido esta cita conmigo hoy"

Estoy viva y pronto será negativo

26.6.20

Resignificar el descanso

Era el 2011. Tenía 18 años y estaba en un proceso de reconocimiento, en un viaje interior. Uno costoso, uno que ahora es supremamente estigmatizado y criticado. Un viaje personal.

En ese viaje personal (o este, que continua) conocí a una chica que me gustaba mucho pero que entre coqueteo y coqueteo nos dabamos la oportunidad de hablar de cosas profundas, sobre la vida, nuestras vidas, la universidad, ser gays... Ella en algún punto notó lo ansiosa que vivía yo. Notó que incluso, en medio de un paro académico, en donde nuestras clases estaban paradas, no habían proyectos, ni trabajos que entregar, yo estaba en constante alerta.

Un día ella me dijo que me relajara y descansara, a lo cual yo le dije No. Ella en su total preocupación me preguntó: ¿y por qué no? Han pasado nueve años desde entonces y ese momento aún vive clavado en mí porque hasta el día de hoy no sé responder a esa pregunta. Sé que ese día titubeé, dí una respuesta incompleta, confusa, estúpida. Ella sugirió que me desconectara, que apagara el celular, que fuera a mi lugar favorito en la ciudad y me quedara allí, en silencio conmigo misma. Su sugerencia me dio pánico, me pareció horrible y peor aún, me pareció imposible.

Nueve años y varias sesiones de terapia me han demostrado que no sé descansar. Y sigo reviviendo ese momento en el que aquella chica me preguntó por qué no podía relajarme. ¿Por qué dije que no hace 9 años cuando no tenía ninguna responsabilidad seria, cuando aún no pagaba arriendo, no pagaba por mi alimento, cuando aún vivía con mis padres? ¿Por qué dije no cuando no trabajaba y no debía responderle a ningún jefe? ¿Por qué le dije que no incluso cuando nuestra universidad estaba en paro, no habían clases, no habían tareas?

La respuesta fue un simple y contundente no, que salió desde el fondo de mi ser. Irónicamente ahora mi tarea ha sido viajar hacia mi interior nuevamente y encontrar el por qué de ese No. Un viaje que inicialmente me devolvió a un estado de alerta para estar pendiente de mis recaidas, para estar pendiente de que la depresión no volviera y golpeara tan fuerte, para tener el control. Pero la pregunta vuelve... hey, ¿y por qué no simplemente descansas?

He decidido que me entrego al descanso y no al hacer para encontrar la respuesta. ¿Qué pasa si descanso y dejo la ansiedad por hacer cosas? ¿Qué pasa si sólo soy?

Vamos a ver cómo me va.


18.3.20

Pánico afuera, paz adentro.

Hay pánico pero no papel higiénico. Hay calma pero no cura.

Estos días son de desorden y nos demuestran lo mucho que nos gusta tener todo bajo control. Aunque sea el trabajo que odiamos, aunque sea la vida y la rutina que quisiéramos cambiar. Ahora hay quietud, no hay nada más y el mundo pareciera caerse en pedazos porque cambió tan pronto. Tan rápido y no nos dijeron cómo era que tocaba hacerlo estos días, meses, años tal vez?

El diagnóstico de la psicóloga no es prometedor y pareciera que en cualquier momento la bomba que tengo en mi cabeza va a explotar. ¿Me voy a matar? ¿Me voy a hacer daño o a alguien más? ¿Voy a golpear las paredes hasta romperme la mano? Bueno, eso entra en la categoría de hacerme daño.

Pareciera que el mundo entra en caos apenas nos piden calma y que nos demos unos días en casa. Entiendo que esto sea una pandemia, pero le agradezco desde el fondo de mi corazón y mi mente desbaratada que haya llegado. Por fin puedo descansar.

Tal vez muchos no estén de acuerdo conmigo, pero ahora mismo no me importa en absoluto. Que si no me iba a matar un virus, me iba a matar mi cabeza. Ahora hay silencio, demasiado silencio en casa... Y me siento en paz.

Apenas han sido tres días. Qué fácil es volver a respirar.

3.3.20

Not today.

Me reservo mi derecho a celebrar mi cumpleaños cuando me sienta feliz. La gente dice "feliz cumpleaños" y no me siento feliz, entonces no es hoy. No puede ser hoy.

Celebraré en grande cuando la vida vuelva a tener sentido. Cuando pueda volver a disfrutar un "te amo" y sobretodo cuando me lo pueda decir a mi misma desde el fondo de mi corazón.

Celebraré mi cumpleaños en otra fecha, no importa que no haya nacido en esa. ¿Qué importa? Si se supone que los cumpleaños son una excusa para celebrar la vida.

Hoy no me siento viva. Me siento un robot automatizado, programado para caminar y responder a ciertos estímulos.

Hoy simplemente no puedo celebrar. Pero gracias por la intención.

27.2.20

Severa depresión

Aquí estoy otra vez. Este lugar es muy familiar. Este lugar emocional se siente parecido, no es igual, pero se siente muy similar a otro. Duele, duele mucho. Luego deja de doler y todo vuelve a la normali... no. Otra vez duele, esta vez parece que duele más, muchísimo más. Es demasiado intenso. Vienen las lágrimas, ¿por qué son esta vez? ¿qué fue lo que pasó?

Nada. Pero de pronto va a pasar. Llora, prepárate para lo peor porque lo peor siempre está por llegar.

O tal vez no. Relájate, sólo fue un mal día. Tal vez llovió, tal vez estuvo opaco el día. Ya volverás a sentirte bien.

O tal vez sí. Sí era un día de sol, de mucha luz, de calor. Tal vez es que ya no lo sientes, tal vez ya no te das cuenta de la luz que hay, ni afuera ni adentro.

¿Qué te pasa? Si ya habías estado aquí, si te parece familiar este lugar, ¿por qué no haces lo de siempre y vuelves a lo normal?

--

Pensé que una de mis peores crisis depresivas había sucedido hacia cinco años.
Pero resulta que creces y la depresión también madura contigo. Aprende contigo, de los errores, de los éxitos. Y está ahí, pendiente para cuando te vuelves a perder. Cuando vuelves a creer que hay algo normal y que la vida sigue una sola línea. Viene para despertarte.

Y ya me quiero despertar porque aunque este lugar parece familiar, no es cómodo y me duele más, no sé por qué. ¿Será porque había pensado que jamás daría un diagnóstico de depresión severa a estas alturas de la vida, con todo lo que ha pasado?

¿Qué pasa?