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Un día más un día menos, qué más daba. A ella no le iba a importar, y menos si afuera hacía o no ese sol de verano. Qué más daba si el día parecía tener un aire diferente, si en su cama y afuera, en el mundo, ya eran las 8 de la mañana y ella aún dormía. Dormía toda una noche para borrarla, dormía toda una vida para olvidarla.
La noche anterior, Carlos, su novio de dos años, le dio punto final a la relación. Porque sí y porque no. Porque sí la amaba, sí, pero no lo suficiente como para aguantarla otro año más. Sí, aguantarla, palabras que no se le iban a borrar tan fácil a ella, aunque durmiera por tres semanas. Y es que ella lo sabía, el amor, esa cosita que a veces sentía pero le parecía de mentira, no era suficiente para mantener la relación. Nunca fue suficiente para evitar que, cada vez que a ella le daban sus ataques depresivos no-quiero-vivir-más-todo-es-una-mierda, él buscara a Lucía para un ataque de toda-esta-noche-eres-mía. El amor nunca fue suficiente para que al menos eso le doliera de su relación de mentira.
Lo que sí le dolía era estar sola, enfrentar el mundo sin alguien, aunque fuera un novio cachondo que nunca entendería sus ataques. Salir a la calle sin tener a alguien con quien quejarse por el puto sol de verano que, de seguro, le quemaría toda la cara “sin aviso y sin piedad” un día como hoy. Pero qué más daba, ya estaba sola. Estaba sola como muchas veces lo deseo, pero como pocas había imaginado que lo estaría. Realmente creía que de esos ataques sólo quedaría el amargo recuerdo de sus gritos, de sus llantos, de sus horas de sueño para olvidar el mundo y de esa comezón que le daba al final, no sabía si por el calor de la cama o por esas ganas de arrancarse la piel para comenzar desde cero.
Por un instante, pasó por su mente la sensación de libertad, de sentir que bajo ese frío manto de la soledad podía ser libre, pero ese instante fue tan efímero como las sonrisas que le lanza a su madre cada vez que le pregunta cómo está y si todo anda bien. Porque así como nunca se sentía bien y no sabía por qué, ni cómo dar explicaciones, tampoco sabía qué hacer siendo libre. ¿Libre de qué?, si aún no conocía su prisión. Sabía que estaba encerrada, pero no sabía en qué mundo y si salía, tampoco entendía hacia dónde. El miedo a siquiera intentar robar las llaves de aquel lugar donde se encontraba –en su mente, quizás- para poder escapar, bueno… le ponía la piel de gallina. Y sólo así quería tener la piel cada vez que Carlos trataba de seducirla, pero sin él, el miedo volvería. Aquella manera de ignorar el mundo en forma de hombre, con aroma de hombre, y sabor a hombre, había tomado la decisión de darle punto final.
wow..
ReplyDelete"...esas ganas de arrancarse la piel para comenzar desde cero."
No puedo esperar a leer la parte 2!