Estoy tratando de enseñarles a mis estudiantes el poder de persuadir a la gente. Que lo vean más allá de los múltiples ensayos que tienen que escribir. Que lo vean como una herramienta para la vida, porque poder convencer a la gente se me hace una habilidad que vale la pena trabajar.
Pienso en todos esos momentos en que he tratado de convencer a alguien de hacer algo, de pensar diferente o simplemente de compartir mi opinión. Y claro, no siempre es fácil, pero cuando lo logras te abre muchas puertas.
Cuando estaba en octavo (colegio, bachillerato), estábamos estudiando tres materias de tres énfasis diferentes que a final de año debíamos escoger para estudiar por los últimos tres años: pedagogía, comercio o artes. Desde entonces yo sabía que mi vida iba a estar dedicada a la pedagogía, no sabía cómo ni sabía bien por qué, pero lo sabía. Punto. Y desde inicio de año me había enfocado a trabajar fuerte en ese materia, para que me eligieran en ella. Porque la decisión final la tenían los profesores de acuerdo a nuestro desempeño. Sin embargo, en algún punto del año académico empecé a inclinarme por arte. Siempre me gustó el teatro, bailar y hacer cualquier cosa artística. Sentí que eso sería una herramienta genial que podría explorar como profesora o, por qué no, dedicarme al arte y enseñarlo.
Pero la coordinadora de énfasis tenía una idea diferente. Ella sabía de mis intenciones de entrar al énfasis pedagógico y notó que cambié a Artes "porque sí". Yo, en mi inmensa sabiduría sabía que iba a encajar muy bien en pedagogía y empecé a sabotear el proceso. Dejé de entregar trabajos o lo poco que hacía era mediocre. Un día, la coordinadora decidió llamarme y preguntarme que qué había pasado, por qué ese cambio. Recuerdo que mentí, recuerdo que dije que era culpa de mi papá, que no tenía ánimos de hacer ningún trabajo, bla bla bla. Ella dijo que lo que veía era que mis nuevas compañeras eran una mala influencia y que desde que ellas habían escogido Artes, yo había tomado la misma decisión para estar con ellas. Nada más.
Ese día me dijo que la decisión ya estaba tomada y que no importaba si escogía Artes, porque igual me iban a dejar en pedagogía. Punto. Recuerdo que lloré y que iba a hacerle todo el drama del mundo, pero me calmé rápidamente porque notaba que esa actitud infantil no iba a servir. Tenía que ser sincera y tenía que hablarle bien. Persuadirla para cambiar su opinión. Le dije sin más peros: "Yo sé que merezco más que nadie en el mundo estar en el énfasis pedagógico. Nadie más sabe mejor que yo que eso es lo que haré por el resto de mi vida, porque no me veo haciendo otra cosa que no sea ser profesora. Pero Artes es una cosa que sólo voy a hacer por tres años. Y quiero explorar esos tres años para sacar mi lado artístico y ser una mejor profesora. Una profesora que sea creativa y que tiene muchas ideas para aportarle a sus futuros estudiantes. La pedagogía vendrá porque son cinco años de universidad, y toda una vida profesional. Déjeme estar en Artes, no por mis compañeras, porque ellas ni siquiera saben por qué quieren ese énfasis. Yo sí. Quiero ser una profesora creativa."
Resultado: de todas mis amigas, fui la única que entré al énfasis artístico. Claramente fui a hablar con la coordinadora y agradecerle, porque sabía que esa conversación había cambiado todo. Agradecerle por dejarme hablarle. Por entender.
Después de ese capítulo me quedaron dos cosas en mente: uno, que persuadir es una excelente arma, que hay que saber manejar. Y dos, hay que saber leer a sus estudiantes para apoyarlos en lo que realmente necesitan. Esa coordinadora no sólo la convencieron mis palabras, estoy segura que al seguir todo mi proceso sabía qué era lo mejor para mí, y por eso sé que insistió tanto al inicio con no dejarme cambiar de énfasis, porque pensaba que era por influencia de mis compañeras. Pero me permitió hablarle, dejó que le contara por qué y siento que esa apertura de su parte permitió todo esto.
Tal vez sea una bobada, pero le agradezco siempre a ella por enseñarme eso. Enseñarme que hay que saber leer a los estudiantes y apoyarlos en lo que ellos necesitan, aunque a veces ellos mismos no lo sepan. Y lo digo ahora porque es lo que vivo por estos meses últimamente. Mis estudiantes de 12 y ahora de 11 tienen un mundo de cosas en la mente, la presión de la sociedad, su familia y el colegio pidiéndoles todo el tiempo que sean los mejores, que escojan bien sus carreras, que hagan lo que es "correcto".
Escucharlos ha sido un bonito proceso y espero que algún día pueda apoyarlos cuando lo necesiten, así como alguna vez ciertos profesores me apoyaron a mí.
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