Hace dos años, tal vez tres, estaba frente al espejo del baño en el colegio donde trabajaba. Estaba maquillándome porque mi jefe no aceptaba que yo no sólo no me maquillara, sino que no fuera al salón de belleza todas las semanas para arreglarme el cabello. Porque claro, mi cabello crespo no podía ser otra cosa que la falta de aseo y arreglo de mi parte. No podía ser resultado de la genética que decidió que heredara estos crespos de mis abuelos.
Eso no era lo que quería decir.
Estaba frente a ese espejo y me pregunté que demonios estaba haciendo ahí, en ese trabajo. Y sobretodo, qué carajos estaba haciendo trabajando en un colegio, si odié tanto el mío. Había pensado jamás volver a él a que me dijeran lo que "tenía que hacer", a que me dijeran lo que "estaba bien y lo que estaba mal", según ellos.
No recuerdo si fue ahí mismo o más adelante que encontré la respuesta a esa pregunta. Yo estaba atrapada en un colegio por gusto. Porque así lo había decidido. No creo que logre jamás cambiar este sistema educativo. Lo que sí sé es que decidí estar aquí para quienes se sintieron como yo me sentí en algún momento, de estudiante.
Esa idea de ser profesora para cambiar el sistema en algún momento lo viví. Pero fue una utopía total. Cuantos más semestres en la universidad iban pasando, más iba entendiendo lo jodido, lo macabro, lo cochino que es este mundo. Y lo sucio que puede llegar a ser la educación, porque sigue siendo un negocio que beneficia a unos tantos.
Y en ese beneficiar a unos y no a otros es que a veces veo que quienes pagan todos los platos rotos de las malas decisiones, malas administraciones y demás, son los estudiantes. A quienes se supone, deberíamos ofrecerles nuestro mejor servicio educativo.
Ahora estoy aquí, frente a este computador sin saber qué pasó el sábado con uno de mis estudiantes. Erba o como suena cuando lo mencionan: Yerba. Fue la única manera en la que pude aprenderme su nombre, porque tiene esa ы rusa que no he podido pronunciar bien. Erba era mi estudiante de inglés del grupo 12 A. Estuve en algunas clases de inglés y en las de apoyo para su examen de IELTS. Desde el inicio noté su bajo nivel en el idioma y desde el inicio lo molesté, con cariño para que se acostumbrara a que le iba a exigir más. Y sí, desde el inicio supe que no iba a tener el mejor resultado, pero que al menos íbamos a intentar mejorar el que tenía entonces.
Lo que no nos esperábamos es que decidiera hacer copia el día del examen, el sábado. Claro, las personas encargadas del examen lo atraparon y anularon todo. TODO. Y no sólo es que no vaya a recibir un resultado ni un certificado de su nivel de inglés. Se trata de no poder siquiera intentarlo y si de casualidad estaba en sus planes el aplicar a universidades internacionales que exigen el IELTS... bueno, es que me duele seguir.
Ahora mismo se está decidiendo qué va a ser de él. Me siento impotente, me siento frustrada, pero sobretodo me siento emputada. Así. Impotente porque su decisión de hacer copia es sólo suya y tengo más que claro que es algo que él tendrá que aprender a aceptar y ahí yo no puedo hacer nada más. Haberla cagado de esa manera en un colegio donde les encanta señalar a los demás cuando son los otros los que se equivocan (and god forbid it doesn't happen to us). Frustrada porque fue tan poco el tiempo que compartí con él, que habría deseado poder ayudarlo más. Poder escucharlo cuando veía en su cara todas las dudas y todas las inseguridades con las que cargaba. Yo sólo le ofrecí una sonrisa y unas pocas palabras, porque entendía que era difícil para él comunicarse conmigo (la barrera del idioma que él aún no domina, una cultura machista en donde él no tiene permitido decir que algo le está quedando grande y que necesitaba ayuda, urgente). Y emputada porque el colegio y sus profesores son los encargados de promover esa cultura de la copia, para favorecerse a sí mismos. Porque tarde que temprano algún estudiante iba a ser pillado (porque jamás durante los simulacros los detuvieron). Porque permitieron que él, con todos sus miedos y sus inseguridades fuera entre todos el que pagara los platos rotos. Él, sólo porque es otro y no yo.
Siento todas estas cosas y más ahora mismo frente a este computador porque no he visto a mi estudiante desde la última clase. Porque no sé si su castigo incluye no volver al colegio, no terminar su bachillerato o qué. Entiendo más que nadie como sus miedos pudieron haber sido más grandes que el sentido común, pero cómo me duele que nadie haya hecho algo para evitarlo. ¿Qué no hice yo para evitarlo? En el post anterior hablé sobre el apoyo que los estudiantes necesitan. Estoy aquí, haciendo un reconteo de los pocos momentos en los que pude brindarle una mano. Los muy pocos. Y como ahora, en donde siento que todos le están dando la espalda (porque ellos también hacen trampa en muchos otros exámenes y es más fácil condenar al de afuera que al de adentro), me pregunto si puedo hacer algo. No para evitarlo, porque su examen ya está más que anulado. Hacer algo para que esos miedos e inseguridades que reconocí en él no se alboroten más con este error que cometió, con las palabras que debe estar recibiendo ahora mismo, juzgándolo después de no haberlo apoyado antes.
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