Siempre que ocurre algo pienso en salir. Me dí cuenta de ello hace poco y, creo que también quise salir. Eso de salir es literal, así el lugar donde me encuentre no tenga nada que ver con lo que esté pensando pero de pronto es una manera simbólica de salir de aquellos pensamientos.
Ojalá se me ocurríera salir con ella. Eso sería mejor que salir de mis pensamientos y estarles huyendo. Ojalá se me ocurríera salir de paseo con mis compañeros de trabajo y no salir del edificio cuando programan las salidas. Ojalá se me ocurriera salir a tomar el sol en vez de salir a comprar sombrillas y gorras.
Ojalá pudiera salir de mi cuerpo y empezar a volar un poquito más. Dejar el miedo, salir a vivir y no salir del cuarto porque la vida ha entrado allí. Ya me lo decía Clara cada vez que nos veíamos, y es que no se me hace raro que llevemos años sin hablarnos. Esa manera nada sútil de huírle, de esconderme. A veces me siento miserable, un completo perdedor, pero es que ahí sí vale la pena salir para dejar esos pensamientos tan horribles.
Una vez que salí con ella, la dejé más de cinco minutos sola esperándome porque supuestamente necesitaba ir al baño. La verdad, -y cómo me arrepiento- le estaba huyendo al pensamiento de hacerla feliz. Me sentí tan poca cosa como para soñar tan grande empresa, y es que soñar implica emprender, si es que de verdad se está soñando. Hacerla feliz se me hizo imposible y le huí al pensamiento. Ahora soy un estúpido cobarde que huye cada vez que la veo con el idiota de Alberto que al parecer nunca huyó y siempre encuentra la manera de hacerla sonreír.
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