Yo hablo hasta con los celadores, y no es que hable mucho, es una manera de decirlo, yo más bien escucho hasta a los celadores. En fin, simpatizo incluso más con la gente que trabaja en el aseo, en la seguridad que con mis compañeros de trabajo como tal. No los entiendo o me aburren muy rápido. Y estando en una charla con Carlitos, como le decimos de cariño al señor del aseo en mi trabajo, resultamos hablando del estudio. Él quiso saber qué hacía yo entre semana mientras no trabajaba allí, los fines de semana. Le conté sobre mi universidad, mi carrera y el semestre. Se sorprendió muchísimo al saber que ya estoy en noveno semestre, apenas a un semestre de terminar y graduarme como profesional.
Y dijo algo que me dolió mucho y traté de disimular: "Sus papás deben estar muy orgullosos de usted, ¿no?"
Sólo le respondí que tal vez, como si eso fuera a romper la conversación, y no me percaté que eso iba a avivar la charla. "Claro que sí, sus papás deben estar orgullosos de tener una niña como usted, tan inteligente y tan juiciosa"... y eso, porque también le conté que estaba becada. Estoy, dammit.
Me dolió mucho, porque la verdad no voy por la vida pensando en qué piensan mis papás de mí. Al menos hace ya más de un año que no. Y es que la verdad no sé si estén orgullosos, y lo único que puedo pensar es que tal vez no.
Hace un buen tiempo me di cuenta que pasé también un buen tiempo de mi vida tratando de agradarle a mis padres, y no me malinterpreten, no es que yo les caiga mal y tengamos una relación del demonio. Simplemente pasa que en mi casa no hay reconocimiento. Nunca, en la vida.
Sé con seguridad que no sé si mis papás están o no orgullosos de mí. No es algo que se diga en mi casa (la de mis padres, pues) en cada conversación. Al contrario, creo que siempre sentí una hostilidad y una lejanía con ellos, mis padres y mis hermanos.
Y no fui una mala niña al crecer. Cuando estaba en la escuela fui de las mejores estudiantes, me portaba bien y de hecho, mantenía todo el tiempo en casa, porque jugaba sola. Al crecer y entrar al bachillerato dejé de ser la mejor estudiante (según las notas) pero no causé problemas (excepto en décimo cuando me suspendieron por cinco días y casi pierdo tres materias)... y ni con eso tuve muchos problemas con mis papás. Simplemente la vida se volvió muy rutinaria, y pasar los años en limpio era normal, y tener quince años y no estar embarazada como el resto de "mis amigas" también era normal. No tener novio, no salir a fiestas y andar encerrada en mi cuarto también eran de lo más normal.
Recuerdo que cuando tenía trece años escribí una carta sobre quién era mi madre y lo que representaba ella para mí y gané un premio de Samsung. Que digo un premio, gané muchos. Mi carta quedó entre las cuatro finalistas a nivel nacional. Y eso que escribí la carta de afán porque en ese tiempo solo había un computador en mi casa y mi hermano Alejo estaba terminando la tesis de su carrera. Recuerdo que hasta la gente del barrio estaba feliz, y todo fue muy bello y blablabla, y que por la ventana que conectaba el corredor con la sala de esa casa, mi papá le dijo a mi mamá algo como: "Tenemos una excelente hija, qué orgullo". Yo me derretí con esa afirmación, y ellos dos se abrazaron orgullosos por haber hecho el amor catorce años antes y procrearme a mí, supongo. Yo me sentí bien por haber nacido. Pero eso fue, una demostración de cariño que me llegó por mera casualidad. Mera.
No sé si para sentir un verdadero reconocimiento se necesitaba ser más de lo que fui y lo que soy. Tal vez no ser de las mejores estudiantes de la escuela, sino LA mejor. Tal vez no haberme deprimido como lo hice en bachillerato y haber sido LA mejor estudiante. Tal vez no ser tan tonta de sacar el puesto 29 en el icfes y no el, segundo, como mi ex, que aparte de todo también entró a la Nacho. O el primer puesto, como esa ñoña sin vida social de mi colegio, que aparte de todo ganó beca para estudiar una ingeniería en Los Andes. Porque yo, de bruta, no quería eso y apenas quedé en el puesto 29... y qué demonios, nadie celebrará eso, lo importante es que no quedé en el 420 como otra compañera o algo así. ¿Verdad?
Luego llegó la universidad. Tampoco fui fiestera o entré a fumar marihuana con mis compañeros cada viernes. No es que eso necesitara reconocimiento, pero al menos no me metí en problemas... and so on, and on, and on. Y aparte de todo, y como si no fuera suficiente, en quinto semestre me becaron, evitándome pagar la matrícula por lo que me quedara de carrera disque por ser el mejor promedio de mi cohorte. Reconocimiento que la universidad otorga desde el cuarto semestre. Recuerdo que le agradecí tanto a la vida no haber cancelado esas dos materias que iba a cancelar cuando entramos en paro, allá en el 2011. Pero también recuerdo que no pude reconocermelo a mí misma, y a los únicos que les conté fue a Chico Calvin y a mi mamá. De resto lo mantuve como un gran secreto, porque muy dentro de mí sentí que no me lo merecía y que tal vez era un error y era para otra con la misma cédula y código. Tal vez. Y recuerdo también estar en un mal tiempo con mi papá y contarle, cuatro días después, que había ganado una beca y que él me respondiera algo como: "Sí me di cuenta porque encontré el papel, la felicito" y yo sólo pude preguntar cómo "encontró" el papel si estaba dentro de mi folder tapado de miles de hojas y él dijo que entró a mi cuarto a buscar cosas, y me sentí violada en mi privacidad y volví a cerrar mi cuarto con seguro. Y me sentí tonta por esperar algo que me hiciera creer que la beca sí era para mí.
...
Lo que sí no puedo dejar de pensar es lo tanto que ese reconocimiento ha podido afectar mi vida. Un día necesité el escáner en casa, así que lo saqué del cuarto de mi bro para el mío, y allí encontré un papel, escrito por él que hablaba del reconocimiento. Decía algo como el poco reconocimiento que él recibió de pequeño, y aún no recibe. Decía que sus padres (nuestros padres) no lo reconocían, porque la cultura y el lugar de donde venían mis padres no les había generado (tal vez) un ambiente de reconocimiento de logros, sino de fracasos. En donde no habían te quieros ni te amos, sino regaños, castigos y mucho dolor. Lo que llevo a que tal vez su vida (y la nuestra) no estuviera llena de reconocimientos, te quieros y te amos, porque la pena y simplemente la falta de costumbre no dejaban.
Ese papel todavía da vueltas en mi cabeza, y pegó fuerte cuando Carlitos me dijo eso. Carlitos me reconoció, aunque no me conoce. Me dio pena y mucha vergüenza, porque no sé aceptar reconocimientos, así los merezca. Porque tampoco sé si mis papás están orgullosos de mí, y porque aunque una parte de mi quiere saberlo, quiere escucharlo... otra parte de mí, más que nada en este mundo, necesita sentirse orgullosa de sí misma. Valorar cada cosa que hago, por muy chiquita que sea. Aunque ya no sea la niña juiciosa del colegio, siga sin farrear tanto pero sí consuma marihuana, porque entre una cosa y otra, solo espero ser feliz con cada cosa que sea y haga.
Sentirme orgullosa en la rutina y en lo grandioso.
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