Está claro que para final de este año, todos vamos a tener a un familiar, un amigo, un conocido afectado por el nuevo coronavirus. Si usted todavía no lo tiene, le doy la bienvenida. Dí positivo para Covid-19.
Teníamos que planear cómo conseguir las visas de trabajo para nuestro nuevo destino. Desde febrero teníamos trabajo nuevo pero el nuevo coronavirus estaba logrando lo que esta generación y la enterior no había visto. SE PARÓ TODO, y desde entonces no sabíamos qué ibamos a hacer. Sólo sabíamos que nuestros nuevos empleadores nos esperaban en Agosto y que entendían la situación. Nunca cancelaron los contratos, nunca se detuvieron. Sabían que de alguna u otra manera, sus nuevos profesores llegarían.
Era junio y todavía todo parecía cerrado, las opciones se veían reducidas o simplemente no se veían. Pero en un día todo cambió y nos enteramos que otra mujer necesitaba salir de aquí también hacia el mismo colegio al que ibamos. En menos de tres días ella consigue los contactos para poder procesar la visa de manera remota, simplemente enviando nuestros pasaportes, y tomamos la decisión de hacer el envio juntos.
Había una nueva luz. Se acababa junio y la mejor opción era viajar a la ciudad más grande del país y procesar todo desde allí. No quedarnos en el pueblo en el que vivíamos en el momento justo en que el presidente anunciaba una nueva cuarentena que empezaría el 5 de julio y del que desconociamos los detalles. ¿Habrán vuelos nacionales, internacionales? ¿Podremos salir a montar bici? ¿Estarán todos los negocios cerrados de nuevo? ¿Sólo farmacias y supermercados abiertos? ¿Toque de queda? ¿Quéeee por el amor de dios, quéeee?
Tenía mucho miedo de emprender este viaje, sobretodo porque sabíamos que desde que los vuelos internacionales empezaron, muchos países y aerolíneas en general pedían un certificado negativo del covid-19 y que ir a la ciudad con más casos de contagio era un peligro de por sí. Pero estos miedos quedaron reducidos a nada cuando un día golpean a la puerta de nuestro apartamento y dos enfermeras con trajes de bioseguridad entran y nos piden que nos tomemos un PCR gratis por "prevención" para luego enterarnos que en realidad sólo testeaban gratis a residentes de edificios en donde ya se conocían casos positivos y sólo debían confirmar cuántos más habían allí... Creemos claro, que estos resultados fueron negativos porque no volvimos a saber nada de esa prueba, nadie llegó a casa a ponernos en cuarentena ni a encerrarnos con candado y sabrá Dios qué más (porque pasó con muchas otras personas)
En fin, huirle al virus ya no era una opción porque si no lo estás buscando tú, él llega a ti. Así que con esta información decidimos emprender el viaje. Y entendiendo que venía una nueva cuarentena, todo parecía contrareloj para poder salir del pueblo en el que vivimos 4-3 años. Empezó la semana de empacarlo todo y salir. Estuve bajo mucha presión y estrés, lo normal en una mudanza, ¿verdad? y además tuve una infección cutánea en la espalda que no me dejaba dormir así que estuve afectada tanto emocional como físicamente en la última semana de junio asegurándome que la mudanza se diera, y llegaramos bien a la nueva ciudad...
Nos vimos con nuestros amigos sudafricanos un par de veces, sabiendo que era nuestra despedida. Cenamos en su casa, montamos bicicleta otro día y almorzamos el último. Nuestra amiga se queja de algún dolor de algo y me da miedo que sea el virus, pero ella dice que tal vez es el vino que tomamos el día de la cena. Sí, tal vez es eso. Dejemos la paranoia, por Dios...
Salimos el 4 de julio y llegamos el domingo 5 a Almaty en horas de la madrugada. Estamos cansados de una semana de estrés y decidimos no movemos en todo el día. No queremos hacer nada, nos duele el cuerpo (claro, estuvimos tres días en el suelo empacando una vida entera...) estamos nerviosos porque no sabemos cómo sea el proceso de la visa, etc. No es nada más, nos decimos. Sólo nos vemos con nuestra nueva amiga para hacer el envio de los pasaportes y esperar a que lleguen con la visa.
Yo decido retomar mi rutina de ejercicios el lunes 6 de julio, como venía haciendo en mi casa. Lunes, miércoles y viernes de ejercicio y martes y jueves de yoga.
No puedo. 15 minutos de ejercicio me quitan el aire de los pulmones. Me duele hasta el alma, no puedo hacer ejercicio, mucho menos estirar siquiera. Me asusto. Maldita sea, ¿será un sintoma de este coronavirus? ¿será que simplemente estoy muy cansada? ¿será la diferencia de altitud entre las ciudades? Quiero creer todo, menos que estoy enferma. Excepto que lo estoy. Lo estamos. Mi esposo y yo presentamos sintomas de gripa. Nuestros amigos sudafricanos reportan que también están enfermos, tienen fiebre. Empieza el miedo. Esto es el virus, todos nos enfermamos...
Tal vez dos días después no puedo sentir sabores. La comida no sabe a nada, mi perfume no huele a nada, el acondicionador que huele delicioso y se siente en toda la ducha ahora... ahora no huele a nada tampoco. Se me va el olfato y el gusto. A mí esposo no. Y recurro a él para que me diga a que sabe todo, a que huele todo. Me asusto. No quiero salir y si salimos, no quiero quitarme el tapabocas ni para cuando tomo algo. Desinfecto todo más de la cuenta. Tengo miedo de estar enferma y peor, de enfermar a otros. Pero mi cabeza crea fantasías y quiere creer que siempre he perdido el olfato y el gusto cuando me da gripa, ¿en serio? no puedo recordar la última vez... no puedo...