Estoy en un limbo de no sentir nada cinco días y luego sentirlo todo en dos minutos. Ha sido fácil, ha sido difícil. Pienso en el dolor y no lo puedo sentir. Luego lo siento muy en el fondo de mi alma y no logro procesarlo.
Hace sólo dos meses estaba devastada, vuelta mierda. Y ahora mismo no logro recordarlo, no logro volver a ese lugar para ver cómo era que se sentía. Como si ya no pasara nada.
Volví a un lugar conocido que aún se siente extraño. Un lugar que juraba con mi vida que esta vez era nuevo. Pero resulta que no. Este lugar es el de siempre, al que he ido recurrentemente, al que mi cabeza me lleva de cuando en cuando y lo disfraza de reacciones de diferentes situaciones. Un lugar que me debería ser muy familiar y no logro configurar pero en el que increíblemente me siento cómoda.
Dios, no sé si me explico. Seguramente no.
No sé en qué momento me mentí y pensé que la depresión era algo del pasado. Algo superado y enterrado en el pasado de mi ser. Algo vivido por allá al otro lado del mundo y que no viaja tan lejos como yo y que no le gusta la nieve.
Aquí está y quién sabe cuánto tiempo quiera quedarse. No sé si quiera saber lo que es la primavera y cómo se siente el verano. De hecho, no sé si realmente ya lo sabe porque nunca se había ido. Viajó conmigo y siempre ha estado aquí. Y siempre lo va a estar porque es mi compañero fiel.
24.7.25
Easier said than done.
El siguiente texto fue escrito en enero de 2020. Justo unos días después de haber empezado mi primer proceso de psicoterapia. Cuando tuve que alzar la mano, pedir ayuda. Cuando por primera vez Bulmaro iba a salvarme la vida, pero no por última vez tampoco.
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